martes, 16 de junio de 2009

Neuman también sabe bailar lento


Tenía bastante curiosidad por ver cómo Andrés Neuman se defendía en una novela de las llamadas de largo aliento, y la verdad es que tras la lectura de El viajero del siglo (Alfaguara, 2009) no me siento decepcionado. Sus más de 500 páginas sorprendían de entrada en un escritor que nos ha acostumbrado a la brevedad, ya sea en su magistral dominio del relato breve, del aforismo y el apunte, o incluso de la novela -recuerdo que aquella Vida en las ventanas estaba confeccionada con la acumulación de los correos electrónicos que se enviaban los protagonistas-. Pues bien, quizá para demostrarse a sí mismo que podía hacerlo, Neuman ha escrito una novela deliberadamente lenta, escrita, como él mismo ha declarado en las numerosas entrevistas concedidas tras la concesión del prestigioso premio iberoamericano, siguiendo el estilo literario de las novelas decimonónicas, pero, y ésa es una novedad importante por cuanto tiene de juego narrativo, con la mentalidad de un autor del siglo XXI. De hecho, el punto de partida de El viajero del siglo es un lied de Schubert. Cierto es que mientras vamos leyendo tenemos la impresión de asistir a un concierto de una orquesta de cámara, cuyos escasos músicos-protagonistas tienen siempre su solo asegurado, ya se trate de Hans, el viajero que no puede escapar de la ciudad inventada por Neuman, de Sophie, la joven asfixiada en un mundo de tradiciones, Alvaro Urquijo, el español que arrastra la muerte de su esposa, o el organillero, ese músico auténtico que parece significar la paz, el sosiego en un mundo que amenaza con cambiar a cada momento.

Este contraste de miradas, que Neuman ha extrapolado al paralelismo entre la Europa de la Restauración y la Unión Europea actual, alcanza sus cotas más vibrantes en las escenas de cama entre los protagonistas, narradas con una sinceridad apabullante que choca con el rígido corsé que imponían las normas sociales y que, en las novelas del siglo XIX, siempre nos impedían ver lo que ocurría debajo de las sábanas o en los verdes prados donde retozaban los enamorados. Neuman ha escrito, en fin, una novela para leer con paciencia, Neuman se gusta y nos gusta. Si acaso me sobra la línea narrativa del asesino de mujeres tipo Jack el Destripador. Creo que poco aporta al conjunto, salvo mostrar ese doble rasero que se oculta tras una apariencia formal. De haberla eliminado, pienso que la novela no se habría resentido, aunque es cierto que tampoco empaña en exceso una historia ciertamente conmovedora.

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