sábado, 18 de julio de 2009

Un ángel en mi mesa


Hubo una vez un chico llamado Ángel González Muñiz, huérfano de padre, con un hermano asesinado por los falangistas, una hermana que sufrió sus represalias en su trabajo y una madre abnegada que luchó lo indecible por el porvenir de todos ellos. Contada así, la historia de este libro, que no es una biografía al uso ni una novela convencional, podría parecer sencilla, pero en realidad es todo lo contrario. Desde el cariño de una amistad de muchos años y el respeto hacia uno de sus maestros, García Montero -a quien no le gusta mucho prodigarse por los territorios de la narrativa pese a sus notables aciertos- ha hilvanado un retrato tierno escrito en compañía del fantasma cercano de Ángel González, con quien dialoga como si éste último estuviera leyendo lo que el primero va escribiendo en lo que es todo un acierto, un original planteamiento que encuentra correspondencia en los fantasmas del padre y abuelo del niño Ángel, que se le aparecen en momentos claves de su vida. Una vida, por otro lado, y por voluntad expresa del fallecido, que se detiene cuando el autor de Nada grave se traslada a Madrid para ganarse la vida como periodista a principios de los 50.

De este modo, el enorme poeta que es Luis García Montero se desmelena entrando a saco en la prosa poética, en largos párrafos de enumeraciones que beben de la nostalgia, de los tiempos duros de la guerra y las tragedias más cercanas, logrando una cadencia casi musical donde los datos van cayendo en el mullido colchón de un aguafuerte sentimental que parece más improvisado de lo que es. Para no ser un narrador, los recursos de García Montero son poderosos: le gusta perderse en personajes secundarios, dando a entender que muchos de ellos podrían tener su propia historia encuadernada como la de Ángel, juega siempre con la ironía sin demorarse en unos ataques ideológicos que podrían haberle perdido, y va adelante y atrás en el tiempo según la narración lo exija. Tomado de unos versos de Ángel González, este título es una invitación al recuerdo, a entrar al trapo en una infancia y juventud difíciles, de las que marcan al hombre posterior. Sé que García Montero ha escrito esta novela-biografía porque se la debía a Ángel, pero quizá debería plantearse que los buenos lectores también tenemos derecho a que se prodigue más y sin condiciones de ningún tipo.

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