miércoles, 23 de marzo de 2011


A falta de leer Reconstrucción, sobre la vida de Lutero, las otras tres novelas publicadas hasta la fecha por Antonio Orejudo me parecen de una calidad asombrosa, sugerentes, insuperables. Orejudo es de los que gustan imbricar en el relato realidad y ficción hasta hacerlas indistinguibles, creando en el lector cierta sensación de zozobra al pensar que lo que está leyendo pudo suceder realmente de ese modo, y si no fuera así, ¿tiene realmente tanta importancia? A Orejudo le gusta meditar las historias que se fraguan en su cabeza, y reposarlas hasta que cristalicen en la forma narrativa adecuada. Cómo explicar si no que sólo haya escrito cuatro novelas en quince años, amén de algún ensayo sobre la última narrativa, relatos en alguna antología colectiva y un encargo sobre su tierra natal, Almería. Debutar con unas Fabulosas narraciones por historias (Lengua de Trapo, 1996) que se atrevieran con la sacrosanta pero también gamberra generación del 27, era, sin duda, un gesto de valentía literaria, de respeto a las ideas personales. Ventajas de viajar en tren (Alfaguara, 2000), contra lo que podía esperarse teniendo en cuenta la alargada sombra de sus credenciales, sorprendió a propios y extraños con un relato más íntimo, más de estar por casa, pero no por ello menos atractivo.
Un momento de descanso (Tusquets) gravita también en la difusa frontera antes citada, aunque de una forma más ostensible, pues el narrador que cuenta la historia, y que relata el proceso de investigación de la misma, es el propio Orejudo con nombre y apellidos, un recurso ya utilizado por otros novelistas -recuerdo ahora mismo Las esquinas del aire de Juan Manuel de Prada-, pero que cobra aquí una fuerza inusual por la propia densidad de las narraciones que aquí se entrelazan: no sólo la principal, una investigación sobre el proceloso mundillo universitario -me acuerdo ahora también de Javier Cercas y su Vientre de la ballena- donde el encubrimiento y el disparate caminan de la mano, sino también apasionantes líneas colaterales, como la incursión en el mundo de las películas porno o la degradación de la vida matrimonial. Orejudo, que incluso se ha permitido reproducir fotos reales para crear aún más confusión, maneja con soberana maestría un relato prodigioso que nos gana desde la primera página y ya es imposible soltar. Aviso para navegantes: no se pierdan la escena que transcurre en la Biblioteca Nacional, que debería figurar por derecho propio en los anales de la literatura humorística española contemporánea.

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