miércoles, 25 de mayo de 2011

Un hallazgo

Lo que son las cosas. Buceando en los números de la revista cinematográfica Primer Plano (1940-1963) como documentación necesaria para varios proyectos en los que ando embarcado, me topé por sorpresa con un artículo de la gaditana Pilar Paz Pasamar a raíz del estreno de la versión disneyana de Peter Pan. El artículo de fondo, que no crítica -pues era imposible que Pilar hubiera visto el film producido por la Disney, que no se estrenaría hasta el 20 de diciembre de 1954-, se publicó en el número 669 de la revista, de fecha 9 de agosto de 1953. Pilar tenía poco más de veinte años y residía ya en Madrid estudiando Filosofía y Letras. Había publicado dos años atrás su celebrado debut poético, Mara, y se encontraba inmersa en la redacción de la revista Platero junto a compañeros generacionales como José Manuel Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Serafín Pro, Felipe Sordo Lamadrid o Julio Mariscal. Desde su exilio de Puerto Rico, Juan Ramón Jiménez mantenía con ella una cariñosa correspondencia alentándola como una de las promesas más firmes de la poesía española. Pilar Paz publica, por tanto, su texto sobre el personaje de Barrie en un contexto cultural que, sorteando la dura posguerra, germinaría bien pronto en obras de consideración y en nombres propios de gran proyección.
Su artículo -ilustrado con fotogramas de la película- es una muestra de una pasión desmedida por la literatura, una vocación inaplazable que yacía, creo, sepultado bajo el polvo de las hemerotecas, y que quizá ni su misma autora recordaba ya. Remediémoslo, por tanto, ahora:


Peter Pan en versión americana, por Pilar Paz Pasamar (Primer Plano nº 669, 9-8-1953)

Hasta que me enteré del último milagro, quiero decir de una de las últimas obras de Walt Disney, me había estado preguntando cómo entre tanto tema infantil y personajes de cuentos maravillosos, la figura de Peter Pan, el inolvidable niño de J.M. Barrie, no había saltado ya a la pantalla a cegar los ojos de todos con su gracia perversa de puro ingenua. Inconvenientes de la distancia; mientras pensaba esto, ya el chiquillo, vivito y coleando, y revestido de colores sabios, hacía no sé el tiempo que ocupó la pantalla por obra y gracia del artista americano. Y no hace mucho, durante un pasado curso universitario, comentábamos, casi con asombro, la mayor puntuación concedida por el catedrático a un compañero cuyo trabajo consistía, ni más ni menos, que en un inteligente estudio sobre la técnica waltdisniana. Pensar que las aulas no eran sitio apropiado para tratar el tema, acaso no fuese muy absurdo. Aunque el trabajo era muy bueno y se leyó con toda seriedad, a mí, y no sé si a muchos, me costó bastante persuadirme de que las cosas se mantuviesen en sus puestos y no irrumpieran en clase una deliciosa baraúnda de pájaros habladores, toda una gama de iluminados personajes diminutos. Claro que esto fue en un principio. Después fue fácil darse cuenta de que aquello era un perfecto y serio trabajo sobre la técnica y el milagro, y que no se debía regresar a los cinco años, porque no entenderíamos nada. Tampoco podía extrañarnos que entre los temas que trataban del Bosco, o Leonardo, o Rafael, pongo por ejemplo, se escogiese como al mejor un tema de tanta actualidad, un artista tan de nuestro tiempo, un tema tan risueño y fantástico, y se desmenuzaran en palabras más o menos eruditas las montañas mágicas y los picos parlantes. Fue entonces cuando, una vez más, coloqué en la fila de los personajes posibles para una recreación waltdisniana al presumido y encantador Peter.
Según creo, el mismo Barrie eligió, entre numerosas estrellas del cine mudo, a la ingenua Betty Broson para que encarnase al simpático Peter. Ahora es Walt Disney quien nos presenta la nueva versión del cuento fantástico, pero parece ser que la película no ha sido del agrado de todos. Según los compatriotas del autor, y suponemos que los más exigentes, el Peter Pan de Walt Disney no es el Peter Pan de J.M. Barrie, ni, por consiguiente, el personaje que nos llevó en nuestros primeros años a la isla de Nunca-Jamás. Yo he sentido al saberlo una profunda lástima por el Peter Pan made in U.S.A., que verá con asombro torcerse el gesto de los espectadores ante sus ademanes, no muy ingleses por lo visto. Supongo, en el caso que fuese posible, la vergüenza inmediata del pobre Peter, y su impotencia, también en el caso de que la sintiera, arrojar disimuladamente la goma de mascar y desprenderse de sus aires de muchachote americano. Reconozcamos que el público inglés está en el perfecto derecho de opinar como sienta, y comprendamos que el recuerdo de Broson haga suspirar a los más viejos; pero creo que no me equivocaré si me adelanto a decir que acaso nosotros no adoptaremos igual postura. Al fin y al cabo, las manos que lo han llevado a la pantalla son las únicas culpables, y esas manos nos han transportado tantas veces a la infancia, que sería un poco cruel estorbarle esta vez el delicioso camino de ida y vuelta; ese camino que nunca nos ha defraudado y que nos condujo, siempre niños, a la alfombra de peces, a la risa de los pájaros y las montañas luminosas. Creo así, y al menos por mi parte, este nuevo Peter Pan tendrá dispuesta una alegre emoción sin estrenar y mi sonrisa más bonachona.

martes, 17 de mayo de 2011

La Buena Vida


El desgraciado fallecimiento de Pedro San Martín posiblemente ponga punto final a una banda que marcó a toda una generación de melancólicos y soñadores, entre los que me encuentro. Tras la marcha de Borja Sánchez, fundador y guitarra principal del grupo, tras la publicación de Soidemersol (1997), uno de sus mejores discos, y, sobre todo, de la vocalista Irantzu Valencia en 2009, el grupo de Donosti parecía apostar su dubitativo futuro a una más que difícil reconversión en el complicado panorama musical nacional. No obstante, la muestra más reciente de su trabajo, el EP Viaje por países pequeños (2009) apostaba por mantener la línea cadenciosa y ajena a las modas que habían convertido al grupo en referencia indispensable de un cierto tipo de sonido, con reminiscencias de los 60, la chanson francesa, y ciertos aires de bossanova con exquisitos arreglos orquestales. Siete discos de estudio -algunos tan brillantes como el citado Soidemersol, Hallelujah! (2001) y Álbum (2003)- y un recopilatorio, amén de numerosos EP's, conforman la intachable trayectoria de un grupo especial, de esos que parecen anidar en un universo aparte, a salvo de imposiciones, tendencias programadas y listas radiofónicas, custodiados por una, quizá, no demasiado numerosa, pero fiel audiencia, entregada como pocas. Lo pude comprobar la única vez que tuve oportunidad de verles tocar en directo. Fue en la sevillana sala Fun Club hará cerca de diez años. Uno, que tiene mala memoria para recordar las letras, podía observar cómo a su alrededor buena parte de los asistentes canturreaban las canciones que, de un modo u otro, les habían reunido allí a pesar de albergar intereses y formas de vida contrapuestas. Es lo que tiene la música. Entre los detractores de La buena vida es frecuente tildarles de cursis y engolados, de lanzar mensajes ñoños para gente que roza los cuarenta, cuando no los supera. Respeto su opinión, ya que la música del grupo donostiarra parece detenerse milagrosamente en esa frontera que separa la sensibilidad a flor de piel de la mojigatería. Para los no iniciados les recomiendo darle tiempo, dejar que la música ejerza poco a poco su poderoso influjo. Aunque La buena vida deje de existir como grupo, su obra perdurará en los oídos menos acomodaticios a las radiofórmulas y los grandes éxitos.

Vídeo: Qué nos va a pasar

martes, 10 de mayo de 2011

Recuperación de la infancia

El escritor y (casi) compañero generacional Manuel Francisco Reina ha escrito una breve pero cariñosa reseña en El Blog de las Artes y las Letras de la revista Hola. Desde aquí se lo agradezco de veras.

viernes, 6 de mayo de 2011

Firma de ejemplares




El próximo miércoles 11 de mayo, de 19 a 21 horas, estaré en la Feria del Libro de Cádiz firmando ejemplares de Bancos de niebla en la caseta de la Librería Quorum.

martes, 3 de mayo de 2011

De una tacada

Para empezar, Baricco. Emaús quizá no esté a la altura de sus imprescindibles Seda, Océano mar y Tierras de cristal, pero no deja de tener atractivos. El mayor, sin duda, su indefinición genérica. ¿Se trata de una novela de iniciación, de un ensayo pseudoreligioso, de una novela nostálgica con aires del Amarcord felliniano? Nuestra manía por querer clasificarlo todo nos lleva con frecuencia al equívoco, a dejar de lado lecturas que pueden sorprendernos o aportarnos sugerencias de interés. Emaús es una novela devastadora. Los cuatro amigos y personajes principales, que parecen inmaculados al principio en virtud de una tradición religiosa que respetan a ultranza, se van desvirtuando al entrar en contacto con una joven adinerada de sexualidad ambigua y moral abierta. Después de conocer sus intimidades, nada será lo mismo para ellos. Baricco logra sus habituales párrafos de gran belleza y deja caer sus apostillas filosóficas, en esta ocasión, ligadas más a la reflexión religiosa, a la necesidad de creer o no. Una pieza más, en definitiva, de ese corpus literario que, con el tiempo, se hará más grande en las bibliografías y los estudios eruditos del futuro.
Sharon Waxman no se dedica, en cambio, a especular. Más bien es una enciclopedia viviente del saqueo artístico ocurrido en los últimos ¿años, decenios, siglos...? Acarreando información de primera mano, fruto de entrevistas, convivencia con mecenas, directores museísticos, defensores del patrimonio, etc., la autora de Saqueo. El arte de robar arte realiza un prolijo pero apasionante recorrido por el proceloso mundo del desfalco artístico, por los dimes y diretes de la profanación de las obras de arte. Recurriendo a numerosos episodios concretos, del Partenon a las pirámides egipcias, Waxman confronta los principales puntos de vista: el del país saqueado que exige la devolución, y el del nuevo propietario que se niega al retorno, matizando los pros y los contras, citando pormenores judiciales, relación de objetos, biografías desconocidas, capítulos vergonzantes, y, sobre todo, ofreciendo abundante información para que las posturas encontradas e irreconciliables se exhiban con todas sus luces y sombras. Al término de la lectura, no obstante, seguiremos con la duda de si sería más conveniente que el Louvre o el British mantengan bajo llave sus obras de más que dudosa procedencia, o si la devolución debería hacerse por sistema en caso de demostrable apropiación indebida, y aunque el país receptor no reúna las condiciones exigibles para su conservación adecuada.
Sólo conocía a David Mena por su microrrelato incluído en la antología Cuentos del alambre (Traspiés, 2004), el cual, por cierto, se integra ahora en La novia de King Kong (Berenice, 2010), con el que se ha hecho con el Premio Andalucía Joven de Narrativa. Al igual que sucedía con uno de los últimos ganadores del certamen, Braulio Ortiz Poole, la disposición de la obra de Mena es también algo atípica, pues se organiza como un conjunto de micorrelatos subdividido por grupos temáticos que abarcan algunos de los temás más afines al autor: el thriller, el cómic, los videojuegos, el circo, los cuentos infantiles, el cine, la mitología, la literatura medieval, los clásicos... Como suele suceder en estos casos, no todas las piezas están a la misma altura, pero en su gran mayoría consiguen atrapar al lector con su poder evocador, humorístico o su entramado referencial que remite a universos culturales facilmente reconocibles. Mena es un valor a seguir.