martes, 3 de mayo de 2011

De una tacada

Para empezar, Baricco. Emaús quizá no esté a la altura de sus imprescindibles Seda, Océano mar y Tierras de cristal, pero no deja de tener atractivos. El mayor, sin duda, su indefinición genérica. ¿Se trata de una novela de iniciación, de un ensayo pseudoreligioso, de una novela nostálgica con aires del Amarcord felliniano? Nuestra manía por querer clasificarlo todo nos lleva con frecuencia al equívoco, a dejar de lado lecturas que pueden sorprendernos o aportarnos sugerencias de interés. Emaús es una novela devastadora. Los cuatro amigos y personajes principales, que parecen inmaculados al principio en virtud de una tradición religiosa que respetan a ultranza, se van desvirtuando al entrar en contacto con una joven adinerada de sexualidad ambigua y moral abierta. Después de conocer sus intimidades, nada será lo mismo para ellos. Baricco logra sus habituales párrafos de gran belleza y deja caer sus apostillas filosóficas, en esta ocasión, ligadas más a la reflexión religiosa, a la necesidad de creer o no. Una pieza más, en definitiva, de ese corpus literario que, con el tiempo, se hará más grande en las bibliografías y los estudios eruditos del futuro.
Sharon Waxman no se dedica, en cambio, a especular. Más bien es una enciclopedia viviente del saqueo artístico ocurrido en los últimos ¿años, decenios, siglos...? Acarreando información de primera mano, fruto de entrevistas, convivencia con mecenas, directores museísticos, defensores del patrimonio, etc., la autora de Saqueo. El arte de robar arte realiza un prolijo pero apasionante recorrido por el proceloso mundo del desfalco artístico, por los dimes y diretes de la profanación de las obras de arte. Recurriendo a numerosos episodios concretos, del Partenon a las pirámides egipcias, Waxman confronta los principales puntos de vista: el del país saqueado que exige la devolución, y el del nuevo propietario que se niega al retorno, matizando los pros y los contras, citando pormenores judiciales, relación de objetos, biografías desconocidas, capítulos vergonzantes, y, sobre todo, ofreciendo abundante información para que las posturas encontradas e irreconciliables se exhiban con todas sus luces y sombras. Al término de la lectura, no obstante, seguiremos con la duda de si sería más conveniente que el Louvre o el British mantengan bajo llave sus obras de más que dudosa procedencia, o si la devolución debería hacerse por sistema en caso de demostrable apropiación indebida, y aunque el país receptor no reúna las condiciones exigibles para su conservación adecuada.
Sólo conocía a David Mena por su microrrelato incluído en la antología Cuentos del alambre (Traspiés, 2004), el cual, por cierto, se integra ahora en La novia de King Kong (Berenice, 2010), con el que se ha hecho con el Premio Andalucía Joven de Narrativa. Al igual que sucedía con uno de los últimos ganadores del certamen, Braulio Ortiz Poole, la disposición de la obra de Mena es también algo atípica, pues se organiza como un conjunto de micorrelatos subdividido por grupos temáticos que abarcan algunos de los temás más afines al autor: el thriller, el cómic, los videojuegos, el circo, los cuentos infantiles, el cine, la mitología, la literatura medieval, los clásicos... Como suele suceder en estos casos, no todas las piezas están a la misma altura, pero en su gran mayoría consiguen atrapar al lector con su poder evocador, humorístico o su entramado referencial que remite a universos culturales facilmente reconocibles. Mena es un valor a seguir.

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