miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿Un árbol caído?


Cierto sector de la crítica -ignoro por qué razón- siente devoción hacia Terence Malick. Quizá se deba a que se prodiga tan poco como director -cinco películas y un corto en más de treinta años de carrera cinematográfica- que se da por hecho que su acercamiento a la cámara obedece a una imperiosa necesidad de contar algo distinto a lo que estamos habituados, un ejercicio de honestidad consigo mismo que forzosamente tiene que verse reflejado en la pantalla. No será El árbol de la vida la película que venga a cambiar esta opinión. En efecto. Estamos ante algo distinto. Pocos directores norteamericanos actuales pueden plantearse hoy día estrenar en las salas comerciales un producto de estas características. Basculando entre el documental a lo más puro National Geographic -dinosaurios incluídos- y la supuesta poesía visual de una historia familiar que se podía haber despachado en cinco minutos, Malick se abandona literalmente en las imágenes de una fábula moral que parece querer decirnos que siempre hay que escoger el camino del bien y ser fuerte ante las adversidades. Al igual que sucedía en La delgada línea roja, los actores son meras figuras pasivas de un mensaje que se manifiesta a través de escenas alargadas hasta el infinito y de voces en off que se van alternando con la historia principal. No hay lugar para la sorpresa ni para el exabrupto: cuando asistimos al envilecimiento de uno de los hijos -que incorpora de adulto un Sean Penn desnortado con cara de no saber dónde está- y podemos intuir que se avecina un episodio de pedofilia o algo peor, nos encontramos con Malick insinuando una simple masturbación con la combinación robada de una vecina.
Todo está demasiado edulcorado en El árbol de la vida, hasta el punto de hacernos añorar la película del mismo título (Edward Dmytryk, 1958) protagonizada por Montgomery Clift y Elizabeth Taylor, que, a pesar de ser una mala réplica del ambiente sureño de Lo que el viento se llevó, tenía algunas virtudes que no se hallan en su homónima del siglo XXI. Basta ver la escena final para convencernos de que estamos más cerca de la candidez de City of angels (Brad Silberling, 1998) que de un cine supuestamente destinado a cambiar nuestra visión del mundo.

2 comentarios:

  1. En cualquier caso, Juan Carlos, lo que me parece sorprendente es que la película ha conseguido el primer puesto en la taquilla española (único lugar del mundo donde ha sucedido). En la proyección a la que asistí (Avenida) el cine estaba lleno; eso sí, las reacciones se repartieron entre los que iban abandonando la sala durante la primera media hora y los que al final de la película empezaron a aplaudir (no muchos).

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  2. No he visto esta última película de Malik, pero sí comparto lo que dices de "La delgada línea roja": una película muy decepcionante, que no sé cómo encandiló a tanta gente en su día.

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