miércoles, 2 de noviembre de 2011

Fabricando al robot perfecto

Reconozco que ante tanta promoción, insólita tratándose de un realizador español novel, tenía mis reservas ante la película de Kike Maíllo. La esperaba aparatosa, vacua, pródiga en falsas promesas y fuegos de artificio, un vano intento por emular con ínfulas creativas la factura del cine comercial norteamericano. Sin embargo, a medida que se sucedían las imágenes, mis reticencias previas se fueron desvaneciendo. Además de sus muchos otros valores, uno de los mayores aciertos de Eva es que es una película honesta consigo misma. No pretende llegar donde sus medios no pueden, sino que prefiere centrarse en una historia pequeña, bien contada, que, partiendo de un universo cultural reconocible -y que abarca desde las reminiscencias bíblicas al Frankenstein de Mary Shelley pasando por evidentes episodios cinematográficos- lleve a buen término la modestia bien entendida, sin llegar en ningún momento al exceso. No hay ningún despliegue de efectos visuales, deslizándose estos según lo requiere el guión. No se cargan las tintas en la faceta más divertida de los robots -el personaje de Lluís Homar, genial, por cierto, en su cometido- ni en el aspecto romántico de la historia de amor -las buenas maneras de un director se perciben con la elección musical para una escena crucial, aquí Bowie y su Space oddity-, ni siquiera en la parte más melodramática, resuelta por Maíllo de una forma drástica y eficaz.
La sólida interpretación de los actores -incluso de Alberto Amman en el personaje más endeble del film-, la cuidada ambientación y la habilidad para mantener la tensión a lo largo del metraje contribuyen a lograr una obra estimable, vendida erróneamente a los medios con una grandilocuencia falsa, pues la belleza que encierra cabe en el minúsculo cerebro de un robot.

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