viernes, 14 de septiembre de 2012

Helsinkiville


Llevaba tiempo buscándola, y cuando menos lo esperaba, la encontré. Helsinki es Pleasantville, esa ciudad imaginaria que daba título a la película de Gary Ross (1998) y, por extensión, a una serie televisiva de los años 50 en la que nunca sucede nada malo y la vida familiar transcurre en una dulce y pacífica armonía, día tras día. El mercado del centro de la ciudad, con sus frutas espléndidas, los puestos de comida, los recuerdos artesanales turísticos; la banda de música que se pasea por la ciudad para felicidad de niños y adultos; sus parques y jardines donde sentarse a conversar o tomar una copa; su

red de carriles bici que hace inútil y casi absurdo cualquier bocinazo de coche; esas familias de padres y niños rubios que podrían parecer clonados; esa sonrisa permanente en la cara, la amabilidad, la urbanidad, el civismo, esas cosas, en fin, que por aquí se empiezan a echar de menos... Sólo en Helsinki no resulta extraño que una prisión haya sido reconvertida en hotel. Parece casi una declaración de principios de la vida de la ciudad, donde la maldad no tiene lugar. Tengo la sensación de que si alguien tirara un papel al suelo en Helsinki, se haría el silencio y todos se quedarían mirando esa situación anómala, como cuando los dos protagonistas de Pleasantville comienzan a socavar las pautas establecidas en la comunidad. Quizá en los meses de otoño e invierno la realidad sea distinta. Tanta oscuridad no debe ser buena para nadie. Pero en verano los finlandeses se echan a la calle a robar todo el sol que puedan retener en sus cuerpos y en su memoria, y se marchan el fin de semana a Estocolmo desinhibiéndose en la pista de baile del Viking Line, camuflando en el alcohol la vergüenza de sus ridículos movimientos. Resultaba tierno verlos allí, algunos con traje de chaqueta, tratando de conseguir pareja para la noche. Quizá sea su única manera de sacar un poco los pies del plato, de hacer alguna travesura a las que están tan poco acostumbrados. El carácter finés es así. El lunes, como en la película de Gary Ross, un fuego volverá a ser un gato subido en un árbol.

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