sábado, 8 de septiembre de 2012

The reader´s diary (XI)

La novela elegida para el viaje de este año no pudo ser otra, y la acabé justo a la llegada al país de su autor, tras pasar una noche divertida en el barco de la Viking Line que hace el trayecto Helsinki-Estocolmo. Dicen que los suecos no son nada divertidos, que el clima que predomina casi todo el año en su país les hace ser oscuros, un pasto de cultivo para la novela negra más despiadada y sin escrúpulos. Con El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Salamandra, 2012) el periodista Jonas Jonasson ha querido desmentir esa imagen con otra imagen de arranque sin duda prometedora: un abuelo que el día de su centésimo cumpleaños se escapa de la residencia de ancianos para recorrer mundo y vivir una última aventura, una más de las muchas que protagonizó en su larga peripecia vital, y que la novela se demora en recordarnos. Da la impresión de que Jonasson ha visto varias veces Forrest Gump y, como cien años dan para mucho, ha querido hacer partícipe a su protagonista de algunos de los acontecimientos clave del siglo XX, como la invención de la bomba atómica o la guerra civil española, así como enfrentarle de bruces con algunos de sus más irredentos protagonistas: Churchill, Mao, Stalin, etc.
Sin embargo, el discurrir de la historia, que se precipita sin sonrojo por el humor absurdo y esas casualidades forzadas, llega a hacerse monótona y a perder consistencia como un globo hinchado que se desinfla presa de su propio esquema narrativo. Los momentos hilarantes, pocos, quedan sepultados por esa pretensión por convertir a Allan Karlsson en el testigo activo de un siglo de historia contemporánea. La fotografía de partida es, sin duda, la mejor idea de una novela que podía haber llegado mucho más lejos, tanto como su volandero protagonista.
Mucho más firme, con los pies en el suelo, se muestra Almudena Grandes en su segundo "episodio de una guerra interminable". El lector de Julio Verne, al contrario que la anterior Inés y la alegría, tiene la medida justa y mantiene la intriga hasta el final, como una novela de suspense que nos mantiene engañados buena parte del tiempo. Con ese niño protagonista que suele funcionar bien en novelas y películas cuando está bien trazado, como es el caso, asistimos en primera fila a un perfecto ejemplo de microhistoria, esa que nos permite amplificar su sentido a un marco más amplio, el de la Historia con mayúsculas, sin vencedores ni vencidos, sólo con la crudeza de unos acontecimientos que siguen vivos en la memoria de los lugares más recónditos, como si allí fuera más fácil ver la esencia de las cosas, desgajadas de la primera plana de los periódicos y el vocerío de las multitudes. Con el pulso firme de narradora que la caracteriza, Almudena Grandes nos conquista con una narración que auna tragedia, esperanza, rabia contenida, y tesón, mucho tesón, a través de la pequeña figura de Nino, que se deja llevar por los universos fantásticos de Julio Verne para huir de una realidad más gris y bochornosa.

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