sábado, 15 de diciembre de 2012

The reader´s diary (XIV)

La escritura de una novela te deja secuelas inevitables. Los personajes se quedan dentro de tu cabeza y es difícil, por no decir imposible, sacarlos de ahí. Esto hace que en ocasiones creas ver en la vida cotidiana situaciones o actitudes muy próximas a las que desarrollaste en la ficción, o que, rizando el rizo, la novela trate de prolongarse en otras, como una imparable madreselva que trata de contaminar o incrustrarse en las ideas de otros. En mi caso, mis Bancos de niebla parecen haberse espesado más de la cuenta alcanzando el paisaje narrativo de dos lecturas recientes: Historia de amor sin título, de Rubén Ochandiano, y Hablar solos, de Andrés Neuman. En la primera de ellas, debut novelístico del joven actor y realizador, el protagonista también se llama Mario. Es un chico homosexual, con graves problemas para relacionarse con los demás y que sufrió acoso escolar en su infancia, como su propio artífice, Ochandiano, ha declarado en alguna entrevista promocional. Escrita siguiendo los parámetros de cierta narrativa moderna y desde diferentes ángulos o puntos de vista -el del propio Mario, amigos, miembros de su familia, su psicóloga y la propia periodista que le entrevista en el centro psiquiátrico en el que está internado- la novela peca a veces de ingenuidad y cierto desaliño estilístico, pero rebosa dinamismo e inteligencia en la confección de una arquitectura narrativa bien tensionada. Los monólogos de Mario en primera persona me trajeron a la memoria inevitablemente las grabaciones de su tocayo de Bancos de niebla, la cercanía entre dos personajes problemáticos enfrentados a una vida que les supera.
Uno de los tres pesonajes principales de Hablar solos también se llama Mario, pero las casualidades no acaban ahí, ya que se trata de un enfermo que, tras diagnosticársele una enfermedad irreversible, opta por grabar en cintas sus pensamientos, miedos y confesiones para su mujer y su hijo de diez años. La estructura que presenta Neuman también guarda similitudes y tiende puentes entre las tres novelas citadas, ya que va alternando diferentes monólogos de los tres protagonistas de una historia triste, pero real como la vida misma. El autor de Bariloche elude los diálogos y los convencionalismos narrativos para penetrar en el alma desnuda de cada uno de los miembros de la familia y ofrecernos esos matices y sorpresas que nos revelan que nada es nunca lo que parece. Tras la monumentalidad de esa novela de corte decimonónico que fue El viajero del siglo, Neuman nos ofrece ahora una historia mucho más íntima y áspera, y si me apuran, de la misma o mayor envergadura que la anterior.
Quizá sea sólo una impresión de un escritor obsesivo, pero creo que tanto Ochandiano como Neuman estarán de acuerdo conmigo en que uno de los valores de la literatura reside en lo que podríamos llamar su carácter reproductivo o inagotable: unos libros llaman a otros, y sus páginas y personajes se entrecruzan casi sin percatarnos, como si manifestaran su deseo de perennidad. Mario vivirá para siempre, solitario y frágil, en los infinitos destinos que le depare la literatura.

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