domingo, 20 de enero de 2013

El pasado siempre vuelve

Muchos teóricos e historiadores del cine sostienen que el séptimo arte dejó de serlo o, cuando menos, perdió buena parte de su esencia o naturaleza con la llegada del sonoro. Otros son de la opinión de que hasta el cine hablado el nuevo invento no era más que teatro filmado en el que los actores forzaban los gestos y maneras al modo de los mimos y los modelos de la farándula. Películas recientes, premiadas y agasajadas por la crítica especializada como The artist o Blancanieves parecen poner de nuevo sobre el tapete tan apasionante cuestión. La película de Pablo Berger, de quien apenas teníamos noticias desde su excelente debut con Torremolinos 73 (2003) -también ambientada en Andalucía, por cierto-, no avivará un debate que ya sólo es pasto de cinéfilos sesudos, pero sí puede lograr que nos planteemos la vigencia de un espectáculo que, más de un siglo después de su nacimiento, todavía es capaz de sorprendernos y emocionarnos recurriendo a sus formas originales.
A pesar del indiscutible acierto de su propuesta, que algunos malpensados pueden ver como un intento forzado de copiar el exitoso modelo del país vecino, la película de Berger tiene suficientes valores como para pasar por méritos propios como una de las películas españolas más estimulantes de los últimos años: lo original de su planteamiento argumental -una revisitación del famoso cuento adaptada a la España contemporánea y taurina, con guiños a la prensa del corazón y homenaje al mundo freak incluidos-, la belleza de su fotografía en blanco y negro, la precisión de su montaje, la hábil utilización de la música y los efectos de sonido, su capacidad para trascender las señas de identidad andaluzas y fusionarlas con una historia universal... Berger, en definitiva, y por si había alguien que lo dudara, nos ha hecho creer que el cine tiene todavía muchas cosas que contar, y que aún puede hacer gala de su modernidad y fescura apelando a su pureza.

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