viernes, 8 de marzo de 2013

La mirada del profesor

Se ha hablado mucho estos días de las relaciones entre profesores y alumnos, de la normativa que debería regir en cuanto a disciplina y respeto entre los dos actores fundamentales de la comunicación académica. Todos tenemos la sensación de que las cosas, al menos en España, no son como antes, que a los profesores se les ha perdido el respeto y están atados de pies y manos para imponer una mínima disciplina y orden a unos alumnos ahora considerados intocables desde un punto de vista legal, cuestión ésta que se vuelve aún más espinosa y compleja si involucaramos al tercer actor en reserva de la ecuación, el progenitor. Sirva esta pequeña introducción para introducirnos en la tesis que plantea el último film del desaparecido Tony Kaye -quien nos sorprendió gratamente con una película que abordaba también en parte la vida escolar, American History X (1998), y que luego apenas se ha prodigado con algunos títulos invisibles en España y medio mundo-, un interesante drama sobre el socorrido tema de la educación en centros de enseñanza conflictivos, y que a lo largo de la historia cinematográfica ha arrojado resultados de distinto pelaje: Semilla de maldad (1955), Rebelión en las aulas (1967), Mentes peligrosas (1996), La clase (2008), etc.
El profesor es en esta ocasión un maestro suplente que rota de centro en centro para cubrir temporalmente los huecos dejados por sus colegas. Incorporado por el casi siempre solvente Adrien Brody, y curtido ya en mil batallas, el protagonista de la cinta, consciente de su condición de permanente tránsito, trata de mantener la distancia con el problemático alumnado de un instituto de una zona deprimida norteamericana, pero por otro lado no puede evitar realizar bien su trabajo, con lo cual se gana la simpatía de algunos de sus alumnos necesitados especialmente de afecto, algo que muchas veces suele acarrear problemas. Sin embargo, la película de Tony Kaye no se queda en las diatribas personales del maestro encarnado por Brody, sino que la compara con las diferentes actitudes exhibidas por el resto del personal docente, y que oscilan entre la desesperación, el pasotismo, la resignación o el positivismo, mostrando en líneas generales un panorama bastante deprimente de la enseñanza. A ello tenemos que añadir el relato paralelo de la relación educativa que se establece entre el protagonista y una joven a la que rescata de la prostitución callejera, así como el de la agonía irremisible de su abuelo, enfermo de alzheimer. Los tres núcleos narrativos se engarzan armónicamente pare crear un clima genérico de tristeza pero en el que habita cierto hálito de esperanza por cambiar las cosas. La puesta en escena de Kaye se apoya también en originales recursos visuales basados en dibujos que ilustran sintéticamente las diferentes situaciones que se van presentando.
A pesar de no llegar a la altura de su primer y mejor trabajo hasta la fecha, El profesor es una película nada despreciable que contiene mucha más profundidad de la que podría intuirse en un principio.

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