martes, 18 de junio de 2013

The Reader´s Diary (XVIII)

Cada nuevo libro de relatos de Felipe Benítez Reyes -y con éste van cuatro, tras Un mundo peligroso (1994), Maneras de perder (1997), y "Fragilidades y desórdenes", inédito incluido en Oficios estelares (2009)- es una invitación a disfrutar del inimitable estilo del multidisciplinar autor roteño, fabricante de novelas cuando menos estrafalarias, poemarios de hondo calado, libros de prosas breves inclasificables, e incluso portadas donde da rienda suelta a su espíritu de renaissance-man -la última muestra, su collage para La arquitectura del aire, de Carlos Marzal-. Cada cual y lo extraño (Destino, 2013) está organizado a modo de almanaque: cada relato tiene como telón de fondo un acontecimiento del año natural, ya se trate de los Reyes Magos, el carnaval o los viajes veraniegos, o bien un hecho reseñable en la memoria -ficticia o no- del escritor, ligado a una fecha concreta, caso del servicio militar, al parecer, el único explícitamente autobiográfico incluido en el conjunto. Sucede con los relatos de FBR que uno a veces disfruta más de la forma de contarlo que del relato en sí mismo. Su facilidad para pasar del humor descacharrante al ramalazo lírico le convierte en un trapecista del circo de las prosas cortas -si tal circo existiera, cosa que FBR suscribiría seguro-. Hay mucho que celebrar en esta docena de situaciones imperfectas, donde el/los protagonista/s nunca salen bien parados, porque la vida nunca es de color de rosa, pero por su tono "marxiano" y desmitificador, me quedo con el del catártico crucero por el Báltico, verdadera orgía lacrimógena (de risa, claro).
FBR también nos deja algunas de sus brillantes imágenes poéticas en su breve relato inédito para Diez bicicletas para treinta sonámbulos, con el que la editorial Demipage ha querido celebrar su décimo aniversario a lomos de los más variados velocípedos, los que viajan en el tiempo, los que evocan tiempos mejores, los que entablan combates imposibles, los que sufren la envidia ajena, o incluso aquellos cuyas ruedas son capaces de mantener una conversación. Sólo por el prólogo del siempre tan poco prodigado y nunca suficientemente valorado Eloy Tizón merece la pena enfrentarse a este libro desigual, donde cada cual ha aceptado la invitación como mejor ha sabido o podido. De este modo, encontramos piezas que se orillan en la nostalgia, como las de Luis Landero o Álvaro Valverde, otras que se contagian del espíritu ciclista europeo -Muñoz Molina-, otras que se decantan por un ejercicio estilístico -Juan Carlos Mestre-, varias que alcanzan altas cotas de intensidad -Sara Mesa, Juan Aparicio Belmonte, Fernando Aramburu-, y muchas otras que apenas citan como de pasada el motivo por el que se les ha citado, es decir, la bicicleta. Empeño, por tanto, loable, pero resultado algo deslavazado, como si la cadena se hubiera salido en algún momento del trayecto-proyecto.
Mucha mayor estabilidad y largo recorrido presenta la nueva novela de Jeffrey Eugenides, la tercera en un período de casi veinte años, lo cual denota una clara convicción en el oficio, el deseo de no querer dar a la imprenta cualquier cosa. La trama nupcial, como Middlesex, nos va inoculando lentamente su veneno. Ambientada a primeros de los ochenta en un campus universitario norteamericano con muy poco parecido al que nos ofreció tanta comedia adolescente, la novela del autor de Las vírgenes suicidas se apoya en unos caracteres psicológicos que van creciendo ante nuestros ojos de un modo exuberante, mostrando sus carencias, sus necesidades, y también sus patologías. Pocos narradores hay en la literatura actual que describan con tal maestría las relaciones humanas y sean capaces de introducirse en la mente del personaje como hace Eugenides. El autor va alternando presente y pasado de los tres principales protagonistas de esta trama nupcial, rindiendo de paso un homenaje explícito a las novelas de Jane Austen y a otras autoras de la época, a cuya investigación consagra la protagonista su tesis. Nada hay de gratuito en las novelas de Eugenides; todos los detalles acaban participando del conjunto para otorgarle ese aspecto de solidez que nos hace lamentar que tengamos que esperar de nuevo casi una década para el siguiente plato.



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