jueves, 4 de julio de 2013

After War

Antes que nada, reconocer mi rendida admiración hacia este film in progress que nació sin pretensión de serlo en 1995. Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy nos han permitido a lo largo de veinte años vivir una vida paralela en la pantalla -sobre todo para los que pertenecemos, año más, año menos, a la misma generación de sus protagonistas, Jesse y Celine-, tener un espejo en el que mirarnos para observar al detalle nuestros cambios, tanto físicos como psicológicos, las duras decisiones que hemos tomado, los cambios de hábitat, los errores, la evolución de nuestra familia, los reencuentros, nuestras vicisitudes laborales, las vacaciones... pero también el bastión que resiste, a pesar de sus fisuras y bamboleos, toda la hojarasca, desperdicios y flores que trae el mar, la vida misma, que no es otro que la conexión especial con un ser que ya es parte de nosotros y al que le entregamos, como dice Jesse en un momento de la tercera -y última, que sepamos- entrega de la serie, toda nuestra vida. 
Tras un inicio aparentemente relajado y cómodo -en el que Linklater deja caer como si nada la primera advertencia de grieta-, la película avanza por terrenos hasta ahora insólitos en la trilogía, con los dos protagonistas integrados en un grupo que convive en perfecta armonía en una casa veraniega del Peloponeso. Nuevamente el director deja que asome un amago de desencuentro a lo largo de la extensa escena de la comida, y más cuando la pareja hace saber, como si intuyeran el terremoto que se avecina, que no les hace mucha ilusión compartir la habitación de hotel que les han regalado. Tras un breve paseo cultural por la isla -con guiño a Rossellini incluido-
, la llegada al hotel marca un nuevo rumbo en la película, como si el metódico y paciente trabajo de las termitas hubiera dado su fruto: asistimos a la discusión más agria y feroz que nos han ofrecido Jesse y Celine a lo largo de casi veinte años, resuelta con admirable pulso por parte del director, con diálogos cargados de cuchillas y una actuación soberbia por parte de Hawke y Delpy. Todos los temores y vacilaciones de antaño han caído después de la convivencia, la naturalidad se impone -por eso Delpy nos muestra lo que quizá entonces hubiera parecido forzado- y los escudos y corazas, antes acostumbrados a mil batallas, ruedan por el suelo dejando a la pareja y a los espectadores con un nudo en la garganta, indefensos ante una situación que se les ha escapado de las manos. 
No destrozaré el final para los que aún no la hayan visto. Sólo diré que Linklater lo resuelve admirablemente, dejando la puerta abierta a nuevas entregas, que quizá, como insinuó la Delpy en una reciente rueda de prensa, pueda tener su colofón en una especie de "remake" de Amor de Haneke. Si el nivel se mantiene, los admiradores de la serie estaríamos dispuestos a compartirlo.

1 comentario:

  1. Me pareció una delicia, una maravilla, un pequeño milagro que todavía se hagan películas así... y, también importante, que lleguen a estrenarse en salas de cine. Al salir casi me pellizco para comprobar que seguía despierto.

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