lunes, 16 de septiembre de 2013

The Reader´s Diary (XXIII)

Llevaba tiempo queriendo leer algo de Patrick Modiano, uno de los escritores franceses contemporáneos más mimados por la crítica. Me decidí por En el café de la juventud perdida (Anagrama, 2008), que me habían recomendado algunos amigos de confianza. Sin embargo, salgo de su lectura con una impresión indefinida sobre su verdadera valía. Toda la novela gira en torno a la hija de una cabaretera del Moulin Rouge, y a las impresiones que diferentes personas que la conocieron ofrecen de ella. Esta estructura circular, coral por decirlo de otro modo, no tendría nada de malo si el objetivo condujera a alguna parte, pero da la sensación de que Modiano pasa de un personaje a otro sin orden ni concierto y sin tener muy claro a dónde quiere llegar. Hay pasajes bellos, los cafés y el ambiente literario parisino están descritos con sutileza y pinceladas cortas, pero me falta algo de sentido en la composición final. Algunos dirán que la novela no tiene por qué seguir una linealidad ni buscar la concreción. Ejemplos hay de sobra para debatir sobre este punto. Pero aunque esa hubiera sido la intención de Modiano, me sigue faltando ese aliento poético que sublimara la narración, como sí le sucede, por poner un ejemplo, a las novelas de otro contemporáneo suyo, Jean Echenoz, cuyas novelas sí saben siempre hacia donde se dirigen.
Otro que tiene muy bien plantados los pies en el suelo es el norteamericano Peter Cameron, quien con Coral Glynn (Libros del Asteroide, 2013) consigue, y ya era difícil, superar lo logrado con su anterior Algún día este dolor te será útil. Podía sorprender en principio que Cameron situara la novela en la Inglaterra de los años 50, cambiando radicalmente el contexto respecto a su novela previa, aunque si tenemos en cuenta que se licenció en Literatura Inglesa y que siempre ha confesado su admiración hacia la narrativa de escritoras británicas como Elizabeth Taylor o Barbara Pym, la cosa cambia. El personaje que da nombre a su sexta novela, extraordinariamente retratado por Cameron, es una enfermera que trabaja a domicilio, por lo general, con pacientes en estado terminal. Su nuevo destino es una solitaria casa de campo con ecos de la Rebeca de Daphne du Maurier, en la que debe cuidar de la madre de un militar convaleciente de heridas de guerra, quien le propondrá matrimonio iniciando una tormentosa relación con episodios a cual más sorprendente y secretos que van saliendo poco a poco a la luz. Al igual que sucedía en Algún día... la habilidad de Cameron para dibujar el carácter de sus criaturas es asombroso, consiguiendo lo que sólo está al alcance de unos pocos: que el lector comparta asiento con ellos, en las mismas habitaciones, compadeciéndolos o alegrándose por sus breves momentos de felicidad. La escritura de Cameron es de las que acarician al lector, delicada pero no hasta el punto de chirriar cuando se desvela un abrupto acontecimiento, todo lo contrario, se diría que el efecto se duplica por lo inesperado. Temas espinosos para la época y el contexto social en el que se desarrolla la novela, como la homosexualidad o la represión y los abusos sexuales, se incrustan en la narración con una pasmosa naturalidad, como si Cameron hubiera nacido varias décadas más atrás.
En resumen, Coral Glynn, como su personaje central, demuestra una solidez a prueba de obstáculos, esa solidez que, saltando en el tiempo y cambiando de contexto, se fue al garete con la llegada de la crisis económica en los últimos años de la década anterior. Se han escrito muchos libros sobre ella de reputados economistas, de políticos oportunistas, de sociólogos cariacontecidos y de colectivos indignados, pero faltaba el del escritor dotado de una visión externa, semejante a la del ciudadano medio que ha observado con preocupación el derrumbe de un edificio construido con materiales de derribo. Muñoz Molina se encerró varios meses en archivos periodísticos consultando rotativos que entonces abundaban en páginas y en noticias que, vistas con la perspectiva que otorga el tiempo, vaticinaban el desastre luego sobrevenido. Con su habitual clarividencia, el autor de Un invierno en Lisboa elabora un discurso ficcionalizado sobre unos años que lo cambiaron todo, una crónica certera y machacona sobre los desaguisados y tropelías cometidos en los tiempos de abundancia y que nos han convertido en las vacas flacas que ahora somos. La negrura del panorama dibujado, que no es otro que el que aún tenemos encima sin saber por cuánto tiempo, no agota, sin embargo, la esperanza en un futuro al que hay que mirar a la cara, porque, como se encarga de recordar Muñoz Molina, hubo una época en que estuvimos mucho peor, y es necesario valorar lo que hemos logrado. Como Anatomía de un instante, Todo lo que era sólido (Seix Barral, 2013) está llamado a ser un libro de referencia del presente siglo.

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